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Juan O'Gorman: Un legado de belleza funcional

  • EJC
  • 20 mar
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 15 may

Juan O’Gorman, uno de los arquitectos y artistas más visionarios de México, desempeñó un papel crucial en la configuración de la arquitectura moderna mexicana. Aunque a menudo se le asocia con el funcionalismo y la integración orgánica, sus obras posteriores también se alinean con las cualidades crudas y expresivas de la arquitectura brutalista. Su compromiso con la honestidad en los materiales, las formas escultóricas y la interacción entre los espacios construidos y la naturaleza resuena profundamente con los principios del brutalismo, un movimiento que surgió a mediados del siglo XX como reacción contra la ornamentación y la superficialidad en la arquitectura.

La primera etapa de la carrera de O’Gorman estuvo marcada por su adhesión al funcionalismo, influenciado en gran medida por los principios de eficiencia y practicidad de Le Corbusier. Su famoso diseño para la Casa Estudio Rivera-Kahlo (1931) ejemplifica este enfoque racional: una estructura de líneas geométricas limpias, pilotis y un énfasis en la economía espacial. Sin embargo, a medida que su carrera avanzó, O’Gorman se inclinó hacia un enfoque más expresivo y simbólico, alejándose de los dogmas estrictamente funcionalistas.


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Este cambio es evidente en sus obras posteriores, particularmente en la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Inaugurada en 1956, esta biblioteca es una obra maestra donde la arquitectura y el arte se fusionan de manera armoniosa. Si bien su icónica fachada cubierta de murales la distingue del brutalismo tradicional, su estructura masiva y monolítica, el uso de materiales en estado bruto y su integración con el paisaje circundante encarnan principios fundamentales de este movimiento.


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La estética brutalista se caracteriza a menudo por el uso de concreto en bruto (béton brut), la escala monumental y el rechazo de la decoración innecesaria. En sus proyectos tardíos, como la casa cueva que diseñó y construyó en Pedregal (demolida en 1969), O’Gorman adoptó un enfoque similar: favoreciendo el uso de piedra volcánica sin tratar, formas orgánicas e irregulares y una conexión casi primitiva con el entorno. La casa desdibujaba los límites entre la naturaleza y la arquitectura, de manera similar a cómo los edificios brutalistas buscan integrarse con su contexto urbano o natural en lugar de imponerse sobre él.

Su uso de materiales sin refinar, elementos estructurales expuestos y un profundo respeto por el contexto reflejan las filosofías de pioneros del brutalismo como Paul Rudolph y Alison & Peter Smithson. Las cualidades pesadas y casi fortificadas de sus diseños posteriores también se alinean con la estética escultórica e imponente de los hitos brutalistas a nivel mundial.


A medida que el brutalismo experimenta un resurgimiento en la arquitectura y el diseño contemporáneo, la obra de O’Gorman ofrece una perspectiva única sobre cómo este movimiento puede adaptarse a diferentes contextos culturales. Su capacidad para fusionar materiales locales, tradiciones artísticas mexicanas y principios brutalistas proporciona un modelo para los arquitectos que buscan crear edificios que sean tanto monumentales como profundamente arraigados en su entorno.


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Al analizar el legado arquitectónico de O’Gorman a través del prisma del brutalismo, podemos apreciar su audaz experimentación con la forma y la materialidad. Su trabajo nos recuerda que la arquitectura no es solo cuestión de función o estética, sino de crear espacios que desafíen, inspiren y perduren.

 
 
 

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